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lunes, 11 de diciembre de 2017

¡Disfrutando de la nieve en Cranfield!




Mañana regreso a España después de haber pasado tres hermosísimas semanas en Cranfield, invitada por mi gran amigo Richard. Tiene la suerte de vivir en un pueblecito bello y tranquilo, con jardín propio y el bosque muy cerca, en una entrañable casa que rezuma paz. Es un gusto no oír ruidos, despertarte con el canto de los pájaros, volver de un paseo de más de dos horas con la cara congelada por el azote del viento frío y sentarte al amor de la chimenea cuyo calor y crepitar te adormecen, sumiéndote en un estado de armonía, plenitud y dicha.


El pórtico de madera, entrada al recinto de Dorchester Abbey donde tendría lugar el concierto del Mesías.

La tradición inglesa de los coros de niños no se ha perdido; los hay en todas las catedrales, en muchas iglesias, en los Colleges...; y tan buenos como el del New College de Oxford o el del King's College de Cambridge. Todos los días hay una misa cantada por la tarde, el Evensong. Esta vez hemos visto únicamente al coro de la catedral de Ely porque la mayoría se fue de vacaciones hace más de una semana. ¡Volveré!
He cantado con Richard en dos oficios, en Milton Keynes. El mejor fue el de Adviento, con muchísima música. Para mí suponía un gran reto asistir a un solo ensayo antes; por suerte me facilitaban los textos. Lo demás era todo intuición y memoria, salvo que conociera las obras.



Con un carruaje antiguo delante del George Hotel


Ya el 21, cuando llegué, Richard me informó de que el domingo anterior a mi regreso podía haber nieve. Yo preferí no pensar para no ilusionarme en vano si las previsiones meteorológicas fallaban. El viernes, en el ensayo del coro, alguien dijo que quizás no podrían llegar a la misa dominical por la nieve, y entonces sí agucé los oídos: "¿es cierto eso de que va a nevar? ¡Sería un regalo estupendo!".
El sábado fuimos a Dorchester on Thames porque Richard iba a cantar el Mesías de Haendel con un coro de Londres. A mí, a pesar de tener la obra enterita grabada en el cerebro, no me dejaron interpretarla porque ya contaban con suficientes sopranos: "si fueras tenor...". ¡Siempre igual! Claro: tenía que haber nacido en Alemania o Inglaterra, de sexo masculino; ser niño cantor; luego tenor famoso en un grupo de música antigua..., y tocar el órgano, el laúd, el clave... Pero bueno, sigamos relatando ordenadamente los sucesos ocurridos que no sé si serán dignos de memoria, pero que en cualquier caso plasmo para solaz y goce de mis desocupados lectores..., o así lo espero.


Richard

Cuando regresamos de Dorchester hacía -1 grados. "¿Nevará esta noche?" -me dije recordando un evento similar en 2013, en Granada. Habían anunciado nieve y mi padre viajó desde Osuna y estuvo acechando toda la noche para no perdérsela. A las siete cayeron los primeros copos y nos llamó emocionado. Fue una suerte porque se derritió pronto; así pudimos verla virgen. ¡Qué ilusión pisar mi calle nevada, sin saber dónde terminaba la acera, dónde había pasos de peatones! Sólo aquel delicioso manto blanco. Me gustaría vivir en lugares bendecidos por la nieve; Osuna tiene poco de eso. Mi padre recuerda una gran nevada en 1954, y entonces tenía tres añitos. ¡Ay! Muchos se quejan de los inviernos duros, pero... ¡Son una delicia!




Si nieva puedes disfrutar de hermosos paisajes, pasear sintiendo su crujido bajo tus pies, construir figuritas... Si hace frío, te abrigas o enciendes la chimenea. Si llueve, te regocijas de ver los bosques regados. Decidme, en cambio, qué tiene de bueno el calor sofocante que nos vemos obligados a sufrir desde mayo hasta septiembre y cuya duración e intensidad aumentan por culpa del cambio climático. No se puede dormir, te mareas si sales, te cuesta cualquier esfuerzo por mínimo que sea, te pesan los miembros, sudas copiosamente, no tienes ganas de comer, te deprimes cuando miras la previsión del tiempo que sólo dice sol, sol, sol, calor, calor, calor, mínimas de 30 y máximas de 42... ¡Socorro! Como esto siga así, emigro. Desde luego, al menos durante el verano pienso escaparme mientras pueda, porque os juro que me afecta a la salud. Entre vivir encerrada y malhumorada y poder salir, emprender múltiples actividades, disfrutar de variedad climática..., opto por lo segundo.



Nuevamente he perdido el hilo con mis digresiones. Estábamos en la vuelta de Dorchester, aquejada de migraña clásica y etimológica, porque me dolía efectivamente una mitad: la izquierda. Me acosté con frío y mal cuerpo pero dormí profundamente, despertando sin ninguna secuela. Serían las 6 cuando fui al baño y Richard, que había estado pendiente porque sabía cuánto me iba a ilusionar, anunció desde su cama que había nieve fuera. Ya no pude dormir: abrí la ventana y toqué el alféizar. ¡Ahí estaba el manto blanco, bien puestecito! Hice varias fotos a ciegas, apuntando al suelo en vez de a los árboles que tenía cerca: cosas de la falta de visión. "¿Cuánta nieve habrá? ¿Seguirá cayendo?" -me preguntaba deseando que Richard se levantase. Parecía una niña pequeña el día de Reyes. Por fin lo escuché sobre las ocho menos cuarto:
-Venga: tenemos que darnos prisa para disfrutar de la nieve antes de ir a la iglesia -es que cantábamos en la misa.
-¿A la iglesia? ¡No! Yo quiero ver la nieve y, con lo que se enrolla el cura, cuando salgamos ya se habrá fundido! Pero..., ¿hay mucha?
-Un montón.
Cervatillos

Salimos juntos a tocar la nieve y lo primero que vi fue el escalón del umbral absolutamente cubierto; con una montañita. ¡Vaya sorpresa! Habría unos diez centímetros. luego, mientras él preparaba el desayuno, volví a escaparme.
Mientras disfrutábamos de una tostada de exquisito pan con pasas, llamaron con la formidable noticia de que no intervendríamos en la misa por peligrosidad de carretera. "¡Bien! ¡A pasear por la nieve! ¡Yo quiero verla puesta en las ramitas, y hacer un muñeco!".
Iba por la casa de un lado a otro; nerviosa; sobreexcitada.
-Vamos a comprar pan que, aunque haya nieve, hay que comer -bromeó Richard.
¡Por fin! Salimos a la calle, que estaba plenamente cubierta. ¡Y seguían cayendo copos! En el camino encontramos un muñeco. Ya en casa estuve tocando cada rama de los árboles del jardín de Richard: ¡qué hermoso ver la nieve allí posada! Es una deliciosa textura. Parece que pesa mucho y que la rama no va a poder soportarla; pero... ¡es tan liviana...! Adoro caminar sobre ella; sentir su esponjosidad; oírla crujir; hundir los pies. Luego me agacho para tocar la alfombra blanca e imprimir la huella de mis manos. ¡Oh! Este fenómeno resulta para mí tan inusual que lo disfruto el doble: ¡turismo de nieve! Bueno: los niños de aquí también lo estaban pasando en grande, pues hacía tiempo que no caía tanto.

muñecos


Después de comer dimos un paseo por el bosque de dos horas y veinte minutos: ¡la caminata por nieve más grande de mi vida! Hasta ahora sólo había dado algunos pasos en sitios concretos, pero esto... Vimos dos muñecos gigantes en un jardín, hombre y mujer. Medían dos metros y medio, así que sus constructores tuvieron que utilizar una escalera: ¡qué artistas! También fue curioso tocar algunos troncos de árboles con una sola franja nevada por efecto del viento.
Andar por la nieve supone un gran ejercicio. En varios momentos se me iba el pie hacia atrás, pero generalmente era cómodo porque estaba virgen. Hoy, en cambio, había sitios muy resbalosos por culpa de la nieve mojada. Entendedme: me refiero a trozos de nieve encharcados en el agua. Todavía queda mucha, especialmente en senderos no transitados. Se pueden ver las huellas de animales y deducir cuáles eran, si iban corriendo, etc.


Jamás olvidaré el día de ayer. ¡Todo un regalo navideño! Siguieron cayendo copos durante prácticamente toda la jornada, ¡y por supuesto durante nuestro paseo! Sin embargo no experimenté frío porque no hacía viento.

Espero poder contemplar en muchas más ocasiones algo parecido y agradezco infinitamente a la Naturaleza por el obsequio. Ha sido una inmensa fortuna que esta nevada haya tenido lugar durante mi presencia aquí y confío en que, con esta crónica, también vosotros la podáis disfrutar un poquito.

4 comentarios:

  1. Precioso relato..he sentido la nieve contigo y lo de pasar el verano andaluz en el norte..lo confirmo ..altamente recomendable...😊😎

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  2. Ha habido momentos que también estaba en Crandfield tocando la nieve...hermosa descripción. ¡Felicidades!

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  3. Magnífico relato que traspasa tus propias sensaciones al lector. Paso por aquí dado que antes visitaba tu blog sobre el coro de niños de Tolz, del cual tengo algunos discos y necesitaba aclarar algo más del chico-soprano Hansi Buchbinder (cuyo verdadero nombre he rectificado gracias a ti). Así que mientras el tölkzerknabe cantaba el Mariä Wiegenlied de Max Reger, acabé paseando por la nieve gracias a esta columna. ¡Muy felices fiestas navideñas!

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  4. ¡Anda, vaya sorpresa! Me alegra haberte podido ayudar con Hansi. Ahora he escrito un relato sobre el niño contralto Panito Iconomou.
    Lo de la nieve fue para mí algo mágico y entrañable.
    ¡Feliz Navidad!

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