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viernes, 19 de agosto de 2016

Monteverdi: en vísperas de las Vísperas.

A estas alturas no me cabe ya la menor duda de que existe alguna fuerza maligna cuyo extraño propósito es que no cante las Vísperas de Monteverdi en Ludlow.
Antes de abandonar Granada me robaron el anotador, donde pensaba llevar los textos en latín. Ninguna biblioteca Braille consultada (las españolas, Leipzig, Berna, Londres y París) disponían de la partitura transcrita. Entre los ajetreos del verano sólo tuve tiempo de oír la obra tres veces desde que sé que iba a interpretarla; así se escucha ciertamente con otros oídos y una atención distinta. Por suerte, en Cambridge había internet y pude efectuar un viajito monteverdiano mientras mis amigos concluían el curso. Claro que mejor habría estado tomando café con mi colega Stephen Hawking.., pero tuve que declinar nuestra cita para estudiar. Por suerte lo vi el día siguiente a la puerta del Gonville and Caius College; en la del honor, sin duda.

Llevaba mi recién adquirido disco con la versión del coro del New College de Oxford. ¡Oh, voy a ver esta ciudad! Y pensar que a los nueve años, en mi primer viaje al extranjero efectuado con la ONCE (organización de ciegos en España) y en general, visité ambas ciudades universitarias y prácticamente ni me di cuenta... Mas me suena haber visto en una iglesia un coro con niños cantando: ¿dónde? ¿Quiénes serían? Para que veáis: ya entonces me impresionó. Era yo por aquella época una niña asustada, demasiado dependiente de los padres, fóbica a todo lo nuevo... Una de las cosas inesperadas era... ¡Sorprendente, que me hablasen en otro idioma! Me daba pavor; resultaba sorprendente, distinto... Y yo no sabía nada de inglés. Mi amiga Cayetana, en el cole, me había enseñado "Hello, my name is Rocío". En una ocasión visitamos el Royal National Institute for the Blind. Supongo que sería aquello, pues se trataba de un centro para ciegos y había una tienda para adquirir productos. Estaba yo sentada en un banco y se me acercó un buen señor: "What's your name?". Mi pensamiento infantil y bastante ilógico razonó de este modo: "¡Ay! ¿Se decía "my name is Rocío" o "my naming is Rocío"? Además, ¡qué miedo! ¡Hablándome en inglés!". Ocurrió lo de siempre ante exposiciones a fobias: me puse tensa; y claro que no respondí. "What's your name?" -insistió impertérrrito el pobre hombre. Obtuvo un silencio por respuesta. Pero él sin duda conocía el "boundariless": "¿cómo se llama?". "¡Ah, ahora sí! -pensó mi pobre mente, aunque también resultara fóbico que me hablasen desconocidos-. Rocío". Por fin pude ser educada con tan inquisitivo interlocutor.
Recuerdo que compré allí un cubo de Rubik. Entonces era yo alrevés que mi amigo Hawking: lejos de investigar, prefería tenerlo todo ordenadito y que no se moviera de su sitio. En cuanto manipulé un poco aquel hexaedro me lamenté de que ya no estuvieran los cuadraditos con los cuadraditos, los circulitos con los circulitos y las crucecitas con las crucecitas. Allí sigue en un cajón, silencioso y cubierto de polvo además de, claro, desordenado; pero ya no me importa. Ahora soy más práctica: no me quiebro la cabeza porque desconozco la fórmula lógica para incluir cada elemento geométrico en su conjunto correspondiente.
En ese viaje sé que estuvimos en un castillo, no sé cuál, y me suena que alguien estaba tocando el laúd en algún sitio. También subimos a la torre y visitamos... Ojo, ese dato sí lo recuerdo, igual porque por aquellos tiempos hacíamos problemas de cambio de unidades: un barco de guerra que pesaba 11.500 toneladas. Vimos la casa de Shakespeare, verídica o supuesta. Por suerte sí sabía que era un escritor, pero lo que quedó en mi memoria fue el suelo de madera.
Estuvimos igualmente en el Museo Británico: ¿qué vimos? ¡Ni idea! ¡Ay, pobre mente! Tal vez mi seño Araceli, mi cuidadora del colegio -eran llamadas auxiliares- me refresque la memoria o añada un poco de luz, porque entonces yo sólo estaba en mi mundo, aunque... ¡Comenzaba lo de mi método científico! ¿Por qué? Porque no paraba de preguntar, preguntar, preguntar... "¡No preguntes tanto, niña!". "Seño, mi padre dice que preguntar es bueno". Cuando bajamos del avión en Sevilla y nos encontramos con mis sufridos progenitores lo primero que inquirió Araceli fue lo siguiente: "¿quién ha dicho a la niña que preguntar es bueno?". ¡Pobre! Mas me quería mucho y me trató muy bien. ¿Qué pensaría de una críatan tonta como mi humilde personita?
Éramos 18 niños de toda España y 11 cuidadores. Yo, por supuesto, la más pequeña. No interactuaba con mis compañeros, pegada a las faldas de Araceli o refugiada en las fantasías de mi cerebro. Me acuerdo de que, cuando subimos al avión de Sevilla a Madrid -la primera vez que tomé un vuelo-, la seño tomó el periódico que andaban repartiendo las azafatas, creo que el ABC, y leyó el horóscopo. "¿Qué signo eres?". "Capricornio". "Tu día estará lleno de [...]" -siguió una palabra que no recuerdo. "¿Qué es eso?". "Que estás triste, contenta, triste, contenta...". Os juro que mi corazón infantil dio un vuelco, porque era exactamente lo que me ocurría: contenta por el viaje, pero triste por separarme de mis padres; y eso que tal cosa no habría de ser un problema para mí, desde los cinco años en un colegio interna; pero claro: ahora iba a un ambiente desconocido e inesperado.

¡Vaya, vaya! ¿Dónde hemos dejado al bueno de Monteverdi? Sigamos con el destino aciago:
Me roban el anotador, el pequeño ordenador portátil tuve que dejarlo en Granada porque de alli iba a Benasque y no quería cargar excesivamente la maleta; las partituras en Braille no existen... "Da igual, tengo al menos los textos en latín; los leo con la línea Braille conectada al IPhone. En Ludlow habrá internet para escuchar la obra varias veces". Sí, hay Internet, pero... ¡Como si no hubiera! He de pegarme a la puerta de salida para luchar contra una conexión fluctuante de Wifi, que además compartimos entre tres, mis compañeros con ordenadores potentes: ¿qué puedo esperar con un pequeño dispositivo de Apple? Hay un reproductor de discos bastante moderno, una especie de ordenador, pero.... ¡No va bien! Menús complicados, reproducción aleatoria, atranque del disco cada treinta segundos, salto a otra pista... ¡Socorro! Para colmo, ayer se descargó del todo la batería de mi Línea Braille. Por más que la enchufo en los ordenadores de mis colegas a través del puerto USB, parece hacerme poco caso. Ayer, pues, canté toda la obra -música y texto- de memoria, y la verdad es que fue bien, muy bien; inesperadamente bien. Mas me gustaría disponer esta tarde del texto por si se me trabuca alguna frase en la inmensidad de la pieza. ¡Ay, querida memoria: gracias! En este mundo tan tecnológico, pareces ser mi único recurso.

Estoy pensando ahora que somos un ser extraño..., bueno, unos seres; una especie extraña, quiero decir. La escena más habitual en una reunión es ahora que cada uno, conectado a extremos insospechadísimos con el universo, se dedica a contemplar su móvil sin hablar con sus interlocutores, en un autismo impuesto; sonriendo de cuando en cuando por algo que le han escrito o algún vídeo que ha contemplado. Su compañero de al lado, tal vez ocupando el mismo sofá que él, hace lo mismo, de modo que se encuentra a millas de distancia; en otra galaxia. ¡No! Si ya antes se hablaba poco, había escasa afición a conversar..., ahora... ¿Qué esperamos? ¡Oh, Ray Bradbury! No nos han prohibido los libros de una manera impuesta, pero nosotros mismos hemos decidido no leerlos. ¡Querido George Orwell! No ha venido un dictador que controla cada una de nuestras respiraciones, mas lo hemos buscado nosotros, voluntariamente y con agrado, en una red social perfectamente orquestada para ello: Facebook; y sus hermanitos mellizos, obvio. Queremos control porque nos da miedo la libertad. Queremos que nos vigilen; que nos lleven de la mano; que nos digan qué hacer... Pero no disponemos de los guias adecuados; de los tuyos, amadísimo Asimov. Ellos habrían sido infinitamente buenos y sabrían en cada momento qué nos viene bien, pero nos guiarían sutilmente y nos llevarían a la senda del autoaprendizaje, de manera que seríamos nosotros al final nuestros directores: ¡seríamos libres! ¡Mi gran Isaac Asimov! Ya no vives para apreciar la barbarie en la que nos estamos convirtiendo. ¡Deo gratias!

Os contaré esta tarde. Suenan ahora las campanas, quizás tocan a misa. Está lloviendo, ¡por fin! Adoro la lluvia y el olor a tierra mojada.

5 comentarios:

  1. Da gusto leerte Rocío, de verdad, cada día que pasa me sigo sorprendiendo más contigo y alegrándome por verte así, como siempre te quise ver desde que nos conocimos. ¡Adelante siempre y a darlo todo!

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  2. Qué experiencia más interesante! Y qué gusto que la compartas con esa sencillez y esa gracia. Me encanta

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  3. the blind son los ciegos
    the blinds son las persianas!!!

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  4. Oh thanks, my Richard! I learn a lot of lots of pieces of lot with you! :-)

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  5. Y ya hemos hablado del Rugby, deporte que no se juega con un cubito, sino con un balón de forma ovoide

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